Tras la historia oficial de la literatura se esconde otra historia,
secreta, pequeña, pero mucho más interesante. Dentro de esta
ficticia historia secreta de la literatura, los británicos han destacado,
quizá más que ningún otro pueblo, con un número
sin igual de escritores extravagantes, absurdos y singulares, especies
tan raras como William Beckford, Lewis Carroll, Montague Summers, Ronald
Firbank, Aleister Crowley... o Frederick William Rolfe, más
conocido como el misterioso Barón Corvo (1860-1913).
Como ocurre con muchos de los autores citados, Frederick William Rolfe
unía a sus aptitudes literarias una sexualidad no ya ambigua, sino
francamente à rebours y una sensibilidad excesiva y barroca que
le llevó al catolicismo como visión artística, moral,
estética y mística; visión a la que unía una
arraigada creencia en la astrología, una auténtica pasión
por la mitología clásica e incluso ciertas prácticas
de magia ritual.
El deseo y la búsqueda del todo ofrece al lector un retrato
peculiar y distorsionado de la sociedad inglesa en la Venecia de comienzos
del siglo XX. Una isla de turistas diletantes, falsos altruistas profesionales
y vividores disfrazados de gentlemen, sobre la que Crabbe, protagonista
de la novela, flota espectralmente. Pero El deseo... no es sólo
una sátira, ni una crónica autobiográfica más
o menos disfrazada. Es, sobre todo, una historia de amor, el amor entre
Nicholas Crabbe y Zildo, un falso muchacho, una muchacha andrógina
(una fantasía privada de Rolfe) ensalzada, elevada y convertida
en auténtica mitad perdida del autor. Es el sueño puro y
platónico del andrógino. La palabra amor designa «el
deseo y la búsqueda del todo», como dijera Platón en
El banquete.