El joven Paul navegó por todo el mundo. Quería descubrir de nuevo el paraíso. Se acordaba de haberlo vivido en una ocasión. Pero había olvidado el camino que conducía hacia él y, desde entonces, buscaba. Así, un día llegó a Tahití. Entonces ya hacía tiempo que había dejado de ser marinero, corredor de bolsa o rico burgués. Ahora Gauguin era un pintor en medio de la intensidad de las formas primitivas y del resplandor simbólico del color, sumergido en la esperanza de un mundo hermoso y distinto.