"En el Stalingrado en que se ha convertido Normandía, cincuenta mil hombres han caído prisioneros y cuarenta mil han muerto. Del 27º. Regimiento Panzer, el 80 por ciento de los efectivos ha desaparecido; lo que queda es enviado a París por motivo desconocido".
Con un placer apenas disimulado, el Generalfeldmarschall Herr Von Rundstedt informa al Gran Cuartel General que han desembarcado ya un millón ochocientos mil anglosajones, que luchan contra doscientos mil alemanes. Cada división blindada ya solo posee entre cinco y diez tanques; los regimientos se han derretido hasta convertirse en compañías. La situación es desesperada: El viejo Rundstedt, que nunca pierde la calma, enloquece y aprieta el receptor del teléfono hasta destrozarlo.
- ¡Hay que terminar, y enseguida, malditos cretinos! ¡Es lo único sensato que se puede hacer! ¡Tendríais que estar todos en un manicomio!
Tira el teléfono al suelo, que se hace añicos, y se abrocha con rabia su capote de infantería, virgen de toda condecoración, pese a que es el hombre más condecorado de Alemania. El Generalfeldmarschall Von Rundstedt solo se pone sus medallas obedeciendo órdenes. Se encasqueta su alta gorra militar y saluda a sus oficiales.
- Hasta la vista, caballeros. Mañana tendrán ustedes sin duda un nuevo jefe, o no conozco a ese "cabo de Bohemia".