Parece claro que la felicidad es el fin último al que aspira la vida humana. Pero ¿cuál es la verdadera
esencia de la felicidad? A esta espinosa cuestión se enfrenta Aristóteles (384-322 a. C.) en la Ética nicomáquea,
traducida y convenientemente anotada para la presente edición por Julio Pallí Bonet. Entre los muchos valores que es
posible atribuir al filósofo de Estagira (Macedonia) se cuenta este texto, perteneciente al último periodo de su
producción y, sin duda. el más influyente y elaborado de sus escritos sobre Ética. Resultado de la selección realizada
por su hijo Nicómaco -de ahí el título- con las notas que el propio autor utilizaba para sus lecciones en el Liceo, la
obra resume con total clarividencia las claves de la reflexión moral de su autor. Pero aún más meritorio es el hecho de
haber sido él quien, por vez primera en la literatura universal, aborda la disciplina como rama filosófica
independiente. Para Aristóteles, según apunta Teresa Martínez Manzano en su introducción, la Ética, ciencia de los
hábitos y el carácter, no es un saber meramente teórico, sino que despliega una dimensión práctica en la búsqueda de la
virtud, el bien más preciado por ser patrimonio del alma.