Goyo Barral es inspector jefe de la policía nacional. Metido ya en
la cincuentena, no pasa por su mejor momento. Su matrimonio
sufre una crisis y su hija le ha salido rebelde. Además, el comisario
Quiroga se acaba de jubilar y le han colocado como comisario en
funciones mientras encuentran a alguien de confianza a quien dar
el puesto. Por suerte, cuenta con el apoyo de la inspectora Alonso,
unos años más joven que él, inteligente y de fuerte carácter,
con la que ha desarrollado una buena amistad, tanto en lo laboral
como en lo personal. Dos sucesos alterarán su equilibrio: por un
lado, el robo en una joyería, vergonzante pues se ha producido
cerca de la comisaría. Por otro, la muerte de una muchacha que
se ha precipitado desde su balcón; joven y físicamente agraciada
y sin grandes problemas en el instituto, no parece haber ningún
motivo que le llevase a suicidarse. Sin embargo, la ausencia
de otra explicación hace que la policía contemple esta solución
como la única posible. La insistencia de Adriana, compañera de
clase de la víctima e hija del inspector, obligará a este a seguir con
el caso y hará que no se cierre prematuramente una investigación
que acabará por afectar a los propios inspectores, en especial a
Carmen Alonso, ya que reabrirá heridas que creía cerrada.