«No hay que matar al Espíritu para no bloquear el devenir del ser».
Annick de Souzenelle, una gran señora centenaria, medita sobre esa última aventura que es nuestra muerte: sobre la mutación que emprendemos con ocasión de ese proceso, sobre la capacidad para trascender nuestra parte animal cuando «entregamos el alma» y, finalmente, sobre lo que ella denomina «los guardianes de los umbrales de evolución» a los que tenemos que enfrentarnos sin cesar, tanto en la vida como en el más allá. Esta fulgurante obra concluye con una conversación sobre la conciencia.